Investigadores del Instituto Karolinska en Suecia, dirigidos por la neuroepidemióloga Abigail Dove, analizaron datos de participantes del Biobanco del Reino Unido, un instituto de investigación que estudia los efectos a largo plazo de la genética y el estilo de vida en las enfermedades. La edad promedio de los participantes fue de 54.7 años. El estudio, publicado recientemente, examinó cinco dimensiones de la calidad del sueño: cronotipo (matutino o vespertino), duración del sueño, ronquidos y otros factores. Aproximadamente nueve años después de las evaluaciones iniciales del sueño, los participantes se sometieron a resonancias magnéticas cerebrales.
Luego, los investigadores emplearon modelos de aprendizaje automático para estimar la edad biológica del cerebro de los participantes. El aprendizaje automático, un subconjunto de la inteligencia artificial, implica el entrenamiento de algoritmos en grandes conjuntos de datos para identificar patrones y hacer predicciones. En este caso, los modelos de IA fueron entrenados para reconocer las características estructurales de los cerebros a diferentes edades, lo que les permitió estimar la edad biológica del cerebro de cada participante basándose en sus resonancias magnéticas.
"Nuestros hallazgos proporcionan evidencia de que la mala calidad del sueño puede contribuir al envejecimiento acelerado del cerebro", explicó Dove, "y señalan a la inflamación como uno de los mecanismos subyacentes". El estudio sugiere que los malos hábitos de sueño pueden no ser solo un síntoma de la demencia temprana, sino que podrían contribuir potencialmente a su desarrollo.
Las implicaciones de esta investigación son significativas para la salud pública. A medida que las poblaciones envejecen a nivel mundial, comprender los factores que contribuyen al envejecimiento cerebral se vuelve cada vez más importante. Si la mala calidad del sueño puede acelerar el envejecimiento cerebral, las intervenciones destinadas a mejorar los hábitos de sueño podrían retrasar o mitigar la aparición del deterioro cognitivo relacionado con la edad.
Se necesita más investigación para comprender completamente los mecanismos por los cuales la mala calidad del sueño afecta al cerebro. Sin embargo, este estudio proporciona evidencia convincente de un vínculo entre la calidad del sueño y la salud cerebral, destacando la importancia de priorizar los buenos hábitos de sueño a lo largo de la vida. Los estudios futuros podrían explorar la eficacia de diferentes intervenciones para el sueño, como la terapia cognitivo-conductual para el insomnio o el uso de somníferos, para ralentizar el envejecimiento cerebral.
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