Brigitte Bardot, la actriz francesa que se convirtió en una sensación mundial en las décadas de 1950 y 60, es recordada por proyectar una nueva y audaz imagen de identidad femenina y poder erótico a través de sus papeles en películas como "Y Dios creó a la mujer" (1957) y "El desprecio" (1963). Los primeros trabajos de Bardot, particularmente "Y Dios creó a la mujer", dirigida por Roger Vadim, la presentaron como un "objeto maduro de fijación erótica", según Owen Gleiberman, crítico de cine jefe.
La película, que presentó a Bardot con tomas sugerentes de sus pies descalzos y su cuerpo desnudo, la catalogó como una gatita sexual, una muñeca y una tentadora adolescente. Si bien algunos descartaron su actuación como mera objetivación, el personaje en pantalla de Bardot resonó en el público, desafiando las nociones convencionales de la sexualidad femenina y allanando el camino para una representación más liberada de las mujeres en el cine.
"Y Dios creó a la mujer" fue un fenómeno cultural, catapultando a Bardot al estrellato internacional y consolidando su estatus como símbolo de rebelión juvenil y libertad sexual. Sin embargo, su influencia se extendió más allá del mero atractivo sexual. En "El desprecio" de Jean-Luc Godard, Bardot ofreció una actuación más compleja y matizada, explorando temas de desilusión marital y la explotación del arte en la industria cinematográfica.
Gleiberman señala que el impacto de Bardot radica en su capacidad para encarnar tanto el objeto de deseo como la mujer independiente, reflejando las actitudes cambiantes hacia la identidad femenina a mediados del siglo XX. Sus películas provocaron controversia y debate, pero también capturaron el espíritu de una generación ansiosa por liberarse de las limitaciones tradicionales. La influencia de Bardot todavía se puede ver en el cine contemporáneo, donde los personajes femeninos a menudo se representan con mayor agencia y confianza sexual.
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