En el corazón de Ucrania, en medio de campos interminables que se extienden hasta el horizonte, yace una reliquia de una época pasada: el Museo de las Fuerzas de Misiles Estratégicos. Antiguamente un emplazamiento de lanzamiento de misiles balísticos intercontinentales soviéticos de alto secreto, ahora se erige como un austero monumento a una decisión que los ucranianos consideran cada vez más como un profundo error: el desmantelamiento de su arsenal nuclear en los años posteriores al colapso de la Unión Soviética.
El museo, situado cerca del pueblo de Pobuzke, no es solo una colección de artefactos de la Guerra Fría. Es un recordatorio visceral de un complejo cálculo geopolítico realizado a principios de la década de 1990, una época de inmensa esperanza e incertidumbre. Cuando la Unión Soviética se derrumbó, Ucrania heredó el tercer arsenal nuclear más grande del mundo, un legado de su importancia estratégica dentro de la maquinaria militar soviética. La recién independizada nación se enfrentó a una inmensa presión por parte de la comunidad internacional, en particular de Estados Unidos, para que renunciara a estas armas.
La promesa era la seguridad. A cambio de la desnuclearización, Ucrania recibió garantías de Estados Unidos, Gran Bretaña y Rusia —consagradas en el Memorándum de Budapest de 1994— de que su soberanía e integridad territorial serían respetadas. Este acuerdo, destinado a marcar el comienzo de una nueva era de paz y cooperación, ahora pesa con ironía ante la actual agresión de Rusia.
Hennadiy Vladimirovitch Fil, un antiguo subcomandante de 65 años del 309º Regimiento de Misiles de la Unión Soviética, ahora trabaja como guía en el museo. De pie cerca de un enorme misil soviético de defensa aérea, encarna las emociones contradictorias que sienten muchos ucranianos. Recuerda una época en la que Ucrania poseía un inmenso poder militar, un elemento disuasorio que, en retrospectiva, podría haber evitado el conflicto actual.
"Creímos en las promesas", dice Fil, con la voz teñida de arrepentimiento. "Creímos que el mundo sería un lugar más seguro sin estas armas. Estábamos equivocados".
La decisión de desnuclearizar se debió a una confluencia de factores. Ucrania se enfrentó a importantes desafíos económicos a principios de la década de 1990 y carecía de los recursos necesarios para mantener y modernizar su arsenal nuclear. También existían preocupaciones sobre la seguridad de estas armas, en particular dada la inestabilidad política en la región. La presión internacional, junto con el atractivo de la asistencia económica y las garantías de seguridad, resultó decisiva.
Sin embargo, la posterior anexión de Crimea en 2014 y la invasión a gran escala en 2022 destrozaron la ilusión de seguridad. El Memorándum de Budapest, que en su día fue aclamado como un logro histórico en el desarme nuclear, ahora es ampliamente considerado como una promesa rota.
El museo sirve de punto focal para esta desilusión. Los visitantes, muchos de los cuales son demasiado jóvenes para recordar la época soviética, recorren las exposiciones con una sensación de ira y traición. Ven el enorme misil balístico intercontinental SS-18, capaz de lanzar ojivas nucleares contra objetivos a miles de kilómetros de distancia, y se preguntan qué podría haber sido.
El debate sobre la desnuclearización de Ucrania no se limita a la propia Ucrania. Ha suscitado una conversación mundial sobre la credibilidad de las garantías de seguridad internacionales y el papel de las armas nucleares en la disuasión de la agresión. Algunos analistas sostienen que la experiencia de Ucrania demuestra los peligros inherentes al desarme, en particular en un mundo donde persiste la competencia entre las grandes potencias. Otros sostienen que la proliferación nuclear solo aumentaría el riesgo de una catástrofe mundial.
Mientras la guerra en Ucrania continúa, el Museo de las Fuerzas de Misiles Estratégicos se erige como un potente símbolo de oportunidades perdidas y promesas rotas. Es un amargo recordatorio de las decisiones que Ucrania tomó en el pasado y una severa advertencia sobre la fragilidad de la seguridad internacional en el presente. La pregunta ahora es si la comunidad internacional puede aprender de esta historia y construir un marco más sólido para la paz y la seguridad en el futuro. Los campos de Pobuzke, antaño testigos silenciosos de las tensiones de la Guerra Fría, ahora resuenan con la urgente necesidad de un nuevo orden mundial, uno en el que se cumplan las promesas y se respete verdaderamente la soberanía.
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